Pardoo Roadhouse: Viviendo en el desierto australiano

Kanguro en la hierba en el norte de Australia

Llegamos en la oscuridad, y el silencio del outback nos envolvió de inmediato. Avanzamos como pudimos hasta una cerca, la cruzamos y caminamos hasta pasar por el costado del único edificio que se distinguía, a medida que nuestra vista se acostumbraba a la penumbra. El cuchicheo de los murciélagos, los sapos, los grillos y los gecos nos acompañaban mientras caminábamos.

Entre un conjunto de estructuras como contenedores gigantes, vimos una luz, y hacia allí nos dirigimos. En la puerta había un cartel que rezaba ¨Staff Rooms¨, la abrimos y nos encontramos en un pasillo con una puerta a cada extremo y un baño en el medio.

Nos decidimos por la de la izquierda, prendimos la luz y nos topamos con un cartel escrito a mano que decía: ¨BIENVENIDOS CULIA¨. Sonreímos aliviados. Habíamos llegado a nuestro nuevo hogar en Pardoo, una vez más, nos internábamos en lo profundo del indomable outback australiano.

De Vuelta en el Outback

Pardoo es una roadhouse, es decir, una estación de servicio ubicada en un área remota que además cuenta con un restaurante y bar, habitaciones de motel, pileta y espacio para acampar. Se encuentra en el tramo de ruta que une las ciudades de Port Hedland en el Oeste y Broome en el Este.

La roadhouse fue construida pensando principalmente en satisfacer la demanda proveniente del constante tráfico que alimenta el puerto de Port Hedland, uno de los que más mercadería mueve en Australia; y para atender a los miles de empleados de las numerosas minas de hierro que operaban en la zona, además del gran afluente de turistas que pasaban por allí de camino o de vuelta de Perth o Darwin.

Debido a la caída en el precio internacional del hierro en los últimos años, la mayoría de las minas cerraron sus puertas, afectando fuertemente a la roadhouse.

Al día siguiente de llegar nos levantamos y fuimos hacia el edificio principal. Desde la ventana la vimos a Laura, una argentina con la que Celeste había trabajado en Nueva Zelanda unos años antes, atendiendo en el mostrador del shop. “Deja que entre yo primero” dije sonriendo disimuladamente, y me mande.

Como esperaba, ella pensó que era un cliente australiano y me saludo en inglés, pero enseguida la vio a Celeste y entre sonrisas nos salió a abrazar y recibir.

En la cocina, con las manos perdidas en una enorme fuente llena de carne molida, se encontraba Álvaro. Enseguida nos presentaron con nuestros nuevos jefes.

Ian era el dueño de la roadhouse, y la manejaba junto a su novia Shirley. En el sillón al costado de la barra, fumando cómodamente un cigarrillo electrónico, se encontraba Billy, el jardinero y encargado de los terrenos de la estación.

Como Laura y Álvaro nos habían advertido de antemano, no nos sorprendimos cuando nos percatamos de que nuestros jefes nos estaban recibiendo a las 9 de la mañana con una copa de vino blanco en la mano.

Sonrientes nos mandaron a que los sigamos a los chicos para que nos vayan explicando lo que hacen, las distintas tareas que ocuparían nuestro tiempo por los próximos tres meses y medio.

La estación vista desde uno de sus dos accesos a ruta.

Básicamente cubríamos todas las labores habidas y por haber dentro de la roadhouse entre los chicos y nosotros, y más adelante seriamos solo nosotros.

Para ser un poco más precisos, en uno u otro momento del día teníamos que limpiar el shop y el restaurante, tomar las ordenes de los clientes, cocinar desayunos, almuerzos y cenas, retirar los platos y lavarlos, hacer la preparación de la cocina para la noche y para el día siguiente, reponer las heladeras, limpiar los baños, limpiar las habitaciones, atender a los clientes del shop, cobrar la nafta y vigilar que nadie se escape sin pagar, y un muy pero muy abarcativo etcétera.

Pronto empezamos a trabajar. A diferencia de Border Village, donde teníamos siempre tiempo de tomarnos un café o comer un bocadillo, aquí corríamos de un lado para el otro sin descanso, era una locura ante la que solo podíamos reírnos.


Lee nuestra Guía para conseguir trabajo y trabajar en una Roadhouse


Otra gran diferencia era que nuestro jefe tenía la singular postura de que el cliente no siempre tiene la razón, y estábamos autorizados para discutirles. Esto, para cualquier persona que haya trabajado en un restaurante o atrás de un mostrador, es un sueño.

Nosotros, acostumbrados a tratar a los clientes con el mayor de los respetos incluso cuando no se nos respeta, nos quedamos con la boca abierta la primera vez que la vimos a Laura gritando desde el mostrador que si alguien más quería una caja de cerveza así no tenía que ir dos veces a la heladera, o si alguien más quería un Fish and Chips (comida típica australiana consistente en una pieza de pescado empanado frito y papas fritas) así los ponía todos juntos.

En su defensa, hay una muy buena razón para esta forma de dirigirse a los clientes y nosotros la aprenderíamos a los tropezones, como siempre.

A la derecha Ian se encarga de la parrilla montada en la casa rodante de Billy, que supervisa con su inseparable cigarrillo electrónico en la mano.

De Cara a una Nueva Realidad

Los principales clientes de la roadhouse en ese momento eran los aborígenes. Por primera vez estábamos en contacto directo con esta comunidad, que es casi un tabú para los australianos.

Aprendimos que el estado, con el apoyo de la mayoría del pueblo, tiene a estas comunidades aisladas y dependientes del asistencialismo.

Conocimos familias de aborígenes que llevaban 3 y hasta 4 generaciones sin trabajar, viviendo de las limosnas de un gobierno que nada ha hecho para insertar esta gente en la fuerte economía australiana.

El resultado: la actividad predilecta de muchas de estas comunidades es el consumo indiscriminado de alcohol.

Yo me quedaba de piedra cuando calculaba la cantidad de plata que un solo aborigen gastaba en alcohol por semana.

Todos los días venían subidos todos a una pequeña furgoneta y la llenaban a rebosar de cajas y cajas de cerveza. Es tal la ignorancia que genera el aislamiento en el que viven, que no tienen ni siquiera idea del valor del dinero.

Cuando les decíamos el total de lo que pretendían comprar, se nos quedaban mirando con los billetes de 100 dólares recién sacados del cajero en la mano, sin entender si les alcanzaba o no.

Por esto, para mi absoluta desesperación, lo que hacían era por ejemplo ordenar un Fish and Chips, lo cobraba, sacaba todo del frízer, lo ponía en la freidora, volvía al mostrador, y me ordenaba otro la misma persona, se repetía la operación, y volvía a pasar lo mismo.

Esto, multiplicado por los 14 o 15 aborígenes que venían cada día, era en extremo cansador. Y lo mismo pasaba con la cerveza, los caramelos, el pollo frito, y cualquier cosa que compararan, siempre de uno por vez, una transacción a la vez.

Por más que yo sabía que esto no era culpa de ellos, que la verdadera culpable es una sociedad que los ha recluido en los confines de su propia tierra, no podía evitar irritarme. Pero la irritación con los aborígenes se convertía rápidamente en rechazo hacia ciertos australianos como mi jefe cuando me decía “tene cuidado con la gente negra, ellos son los que roban”.

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Creo que no hace falta aclarar quien es Álvaro.

Tuve que aprender, también a los tropezones, a trabajar en una cocina, un terreno nuevo para mí. Por más que Celeste tenía mucha experiencia en la cocina, Ian era un tanto machista, por lo que estaba decidido a que se me enseñara a mí para que la lleve adelante cuando Álvaro se fuera.

Aprendí a preparar la mezcla de los Sausage Roll, un arrollado de carne molida, ajo, cebolla y salsa de tomate envuelto en masa filo, a cocinar en la plancha los típicos platos australianos como el Bacon and Eggs (tocino y huevos) del desayuno, el Surf and Turf (corte de carne con salsa de ajo y camarones) o el Chicken Schnitzel (milanesa de pollo frita).

Aprendí, quemándome más de una vez, a cambiar el aceite de las freidoras, a limpiar la plancha cuando terminaba el servicio, a mantener la cocina limpia y en condiciones.

Todo esto, como dije antes, se combinaba con todas las demás tareas habidas y por haber, lo que lo convertía en una constante carrera contra el tiempo, y si se hacían las 5 de la tarde y todavía no estaba hecha la mezcla de Sausage Roll para el día siguiente, o no estaba cortado el pollo para la mañana, la tensión aumentaba y había que acelerar.

Todo el tiempo en este frenesí de cosas por hacer, teníamos que lidiar con Ian. Él podía pasar de ser el jefe más bonachón y didáctico al más trastornado y puntilloso, en cuestión de minutos. Todo dependía de tres factores, que controlábamos en un vano intento de anticiparnos a su estado de ánimo.

El primero era el nivel de alcohol que tuviera en su cuerpo, que evolucionaba según la hora y según lo ocupado o no que hubiese estado durante el mismo; el segundo era el estado de su inestable relación con Shirley, con la que en un momento se besaba y abrazaba en medio del restaurante, y al siguiente se amenazaban con matarse y se tiraban con cosas en la cocina (al frente nuestro); y el tercero era lo bien o mal que nosotros hayamos hecho las cosas durante la jornada, sin atenerse a excusas o justificaciones. Era, según nuestro limitado y humilde conocimiento de la psicología, un ejemplo de bipolaridad.

No podría jamás enumerar la cantidad de veces que me grito que era un inútil, un imbécil, un inservible, un idiota, o las veces que durante la cena nos gritaba que todos los extranjeros que iban a Australia lo hacían para chuparles la sangre a los australianos y volverse a su país con su plata.

Solo para luego relajarse y contarme alguna historia, como si nunca me hubiera faltado el respeto en su vida. ¿Por qué aguantábamos todo eso? Porque teníamos un objetivo, y Pardoo era la forma de alcanzarlo.



Pasa mucho en éstos trabajos pasajeros, que cuando se está en una situación de malestar, basta con recordar que el trabajo es solo temporal para que se consiga seguir adelante.

Pero la mayoría del tiempo nos llevábamos bien. A diferencia de todos los dueños de restaurantes para los que hemos trabajado, cada vez que un cliente se quejaba por algo él saltaba a defendernos. Y pobre del cliente que nos falte el respeto en su presencia, ese sí que estaba en problemas.

Una vez desde la cocina vi que se metía un auto sin autorización y que, luego de estacionar en cualquier lado, sus ocupantes se sentaban en la mesa de picnics al lado de la pileta a disfrutar de un almuerzo, habiendo ignorado el gigantesco cartel de “Prohibida la entrada sin autorización”.

Cuando fui a decirles que se tenían que retirar, me ignoraron, a pesar de que les avise de lo que iba a pasar a continuación, y así fue. Ian, al ver que no me hacían caso, se volvió loco.

Todo lo vi desde la comodidad de la ventana de la cocina, veía los brazos de mi jefe volar en el aire sin poder escuchar sus gritos, la cara de susto de la familia y lo rápido que se metieron en su auto y salieron a la ruta nuevamente.

En el outback se aplica la ley del outback, cosa que la mayoría de los australianos “de ciudad” no conocen. Una noche un desafortunado decidió entrar en la roadhouse después de que cerramos y quedarse a dormir en su auto sin avisar a nadie y sin pagar.

Ian lo vio y en silencio dibujo una línea de combustible alrededor del auto y prendió fuego al círculo. Cosas así vimos muchas, cada vez que presentía que alguien intentaba abusar de su negocio, se sacaba de quicio.

La tan codiciada mesa de picnic que tanta gente quería usar sin permiso.

Los días pasaban en esta agitada rutina. Cada vez me tocaba más seguido trabajar afuera, lo cual pasaba debido a que Billy necesitaba ayuda, más que nada porque a sus 71 años ya no tenía demasiadas ganas de trabajar y aprovechaba cualquier oportunidad para tirarse en el sillón del restaurante abajo del aire acondicionado, fumar su cigarrillo electrónico y tomar un batido de frutilla y leche, bien frío por supuesto.

Y es que el calor del norte de Australia ya en primavera es insoportable. El sol me calentaba la piel hasta el punto de sentirla chamuscada.

Al final de la primera semana ya tenía los antebrazos, el cuello y las pantorrillas negras como el carbón. Otro inconveniente eran las moscas, que abundaban por millones, y diciendo esto me quedo corto.

De hecho, hay quien dice que el acento tan cerrado con el que hablan los australianos, y el lunfardo en el que abrevian la mayoría de las palabras, se debe a que cuando los primeros inmigrantes se asentaban en el outback, debían hablar con la boca cerrada y palabras cortas para evitar que las moscas se le metan dentro.

Esto está lejos de ser una exageración, yo mismo me trague una mosca más de una vez mientras cortaba el pasto o limpiaba las habitaciones. Pero como siempre digo, somos animales de costumbre, y a las pocas semanas de vivir en Pardoo, ni siquiera me percataba de que tenía las piernas, los brazos y el cuello plagado de moscas.

Otra tarea que paso a formar parte de mi rutina diaria fue el sumamente infame Rubish Run (recorrido de la basura). La mayoría de las roadhouse de Australia cuentan con un problema: qué hacer con la abultada cantidad de basura que se genera cada día.

Como siempre, la solución va por el lado de “hacer lo que cueste menos”, y eso es en este caso, quemarla.

Todos los días puntualmente a las 9 de la mañana me subía a la camioneta e iba revisando tacho por tacho, de los 16 tachos grandes que había en toda la estación, y sacando las bolsas industriales llenas a rebosar de basura.

Luego las llevaba al tiradero, a unos 2 kilómetros de la roadhouse, donde usaba un poco de nafta y un encendedor para quemarla.

Lo mismo se hacía en Border Village, y si bien allí tenía la comodidad de “saberlo pero no verlo”, aquí no me quedaba otra que ser testigo, y artífice, de semejante descuido del medio ambiente. Pero esta también es la realidad del outback, una que a pocos les gusta admitir y muchos menos conocen.

Mas de una vez Ian me ponía latas usadas de queroseno en la basura sin avisarme, me daba cuenta cuando empezaban las explosiones

Lo positivo, es que los 5 minutos que me tomaba salir de la roadhouse y llegar al tiradero, éramos la camioneta y yo. Sacaba la cabeza para que me dé el viento en la cara, tenía mi momento de soledad, mi momento de distención.

Éramos el outback y yo, en ese momento el calor abrazante del sol me pertenecía a mí, mis palabras eran solamente mías y no había ojos que juzguen lo que hacía.

El Ultimo Esfuerzo

Álvaro y Laura nos ayudaron a adaptarnos. Llevaban entonces 4 años viajando, y nos hablaron sobre sus aventuras, me enseñaron gran parte de lo que se sobre fotografía, nos empujaron a confiar en la hospitalidad de las personas del mundo, a ver las cosas como son, a no viajar por viajar, sino por amor al viaje, por un objetivo, por una razón.

Tuvieron mucho que ver con la existencia misma de este blog, con nuestra decisión de pasar varios meses en India (donde actualmente nos encontramos), con nuestra convicción en que no hay límites para nuestros objetivos.

A medida que pasaban las semanas, y luego los meses, fue llegando de a poco la temporada baja y con ella la partida de nuestros queridos amigos. No fue fácil despedirse.

Después de tantos meses de viaje, eran los primeros argentinos que conocimos y nos acostumbramos a su presencia, no solo en el trabajo, sino también en la mesa a la hora de cenar y en la “casita” que compartíamos.

El silencio se apodero de la roadhouse cuando quedamos solos Celeste y yo junto a nuestros jefes y a Billy.

Álvaro se encargo del único asado que comimos en los 11 meses en Australia.
Practicando fotografía nocturna después del trabajo.

Como siempre, con el tiempo todo se volvió rutinario. Las discusiones con los clientes eran cada vez más tensas, y las situaciones bizarras no dejaban de acontecer. Un día a la siesta estaba tranquilo en la cocina cuando entraron cuatro aborígenes adultos.

Como siempre, se pusieron a dar vueltas y mirar y tocar todos los productos que teníamos, además de preguntarme los precios de Fish and Chips, de la caja de cerveza y del pollo frito (que me habían preguntado el día anterior).

En eso se acerca el más viejo del grupo con paso indeciso y tambaleante y me pregunta, en el más cerrado acento y arrastrando las palabras, donde estaba el ATM (cajero automático). Atrás suyo señor, le conteste, ya que estaba parado literalmente a 30 centímetros del cajero.

El señor, evidentemente borracho, intento darse vuelta, solo que sus pies nunca se enteraron, y se fue directo al piso. Sus compañeros se morían de risa y yo salí de detrás del mostrador para intentar levantarlo.

El remate de la situación fue que cuando por fin logro sostenerse en pie, me miro con los ojos inyectados en sangre y me pregunto “¿cuánto sale el cajón de cerveza?”.

Claro que no le vendí (en Australia es ilegal venderle alcohol a una persona intoxicada), y a pesar de sus gritos y amenazas termine por echarlo del negocio.

Esta situación no se compara siquiera con la vez que a Celeste, en medio de un tumulto de 3 familias de aborígenes, un niño se le quedo mirando de frente al mostrador y empezó a hacer pis en medio del shop. La madre, lejos de entender la razón de los gritos de Celeste, se fue enojada por el trato duro que recibió.

No todo se limitaba a los aborígenes. Una vez tuvimos que llamar a la policía porque, justo cuando estaban de turno Celeste y Laura, un grupo de australianos que venían borrachos de un viaje de pesca, entro ruidosamente en el restaurante.

Algunos se acostaron abiertamente a dormir en el sillón, otros empezaron a maltratar a las chicas, alguno se quiso meter en la cocina. Ellas por supuesto se defendieron, a sabiendas de que si les ponían un dedo encima Ian los podía llegar a matar.

En nuestro ultimo día en Australia, nuestro jefes nos llevaron a pasear por la zona.

A medida que se acercaba la inminente fecha de nuestra partida hacia el Sudeste Asiático, nos sentíamos cada vez más ansiosos. Billy se fue de vacaciones y quedamos solo nosotros para enfrentarnos al temperamento bipolar de Ian y Shirley.

Pero nada nos quitaba el sabor de satisfacción que provoca la consecución de los objetivos. Es una regla que se aplica a muchas situaciones, que cuanto menos falta, más largo se hace.

Pardoo nos puso a prueba en formas que nos eran inimaginables, a los niveles físico y mental. El silencio y la tranquilidad del outback, en el que estábamos por cumplir 9 meses casi ininterrumpidos, formaba ya parte de nosotros, y se nos hacía difícil imaginarnos en las ruidosas ciudades que estábamos a punto de recorrer.

Pero el día llego en que dibujamos la última cruz en el calendario, nos calzamos la mochila, y una vez más, y por última vez en este gigantesco país, salimos a la ruta.

Nos esperaba Indonesia, nos esperaba el Sudeste Asiático, nos esperaban un sinfín de aventuras, de problemas, de regalos, de personas, de situaciones, de frustración, paciencia y también, por supuesto, de felicidad. El viaje, al fin, continuaba.

Después de 11 meses en Australia, nos fuimos. Así como el mundo no pareció percatarse cuando llegamos a Sydney en ese ventoso día de finales de enero, nadie nos dedicaba una segunda mirada cuando esperábamos nuestro vuelo en el aeropuerto de Port Hedland.

Pero nosotros éramos solo sonrisas, solo expectativas, solo tranquilidad. Una vez más nos íbamos, una vez más viajábamos.



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14 respuestas en “Pardoo Roadhouse: Viviendo en el desierto australiano”

Muy buen post, recuerdo los laburos de mierda para juntar la moneda.
En unos meses voy a estar en Aus y he leído que las roadhouse están buenas para hacer plata. Sin embargooooo, siempre leo que lo hacen parejas, como mujer sola viajando… No es recomendable? Siento q muchas situaciones de las que narraste me serian intolerables!!!! Y sino podrían contarme que otro tipo de laburo da buena plata?
Un abrazo!!!

Hola Sofia! Gracias por el comentario. El laburo en roadhouse tambien se puede encarar de a uno, la cosa es que se puede volver solitario por el hecho de estar tan alejado de todo. De todas formas podes buscarte una amiga o amigo que le interese hacer lo mismo y aplican juntos. Si no, por norma general cualquier laburo alejado de las grandes ciudades generan mucho maa ingresos, por ejemplo en el campo, en fabricas, o directamente en pueblos chicos del Outback. Te recomiendo que te unas a los grupos de latinos en Australia en facebook y estes atenta o preguntes donde se esta buscando gente, por que el laburo de campo es muy estacional, y de las fabricas conozco que se gana bien, pero no tuvimos la experiencia personalmente. Espero te sirva, buenas rutas y buena suerte! Cualquier cosa comentanos, saludos!

Me hicieron reír un rato la verdad! Desde Rockhampton, en un escenario completamente diferente del suyo, viajando por australia de una manera tan diferente a la de ustedes y habiendo tenido tantos laburos que incluían algunas de sus actividades en el roadhouse, me sentí identificada en muchos momentos. Buenas vibras y viajes chicos, sigan metiéndole al blog que está buenísimo.

Hola Caro, gacias por tu comentario! Que bueno que te haya gustado el post, todos viajamos diferente pero hay cosas que nos pasan igual. Nosotros tambien nos reimos cuando nos acordamos esas historias.
Que tengas muy buenas rutas y mucha suerte en tus viajes!

Perdón Ariel! Te puse Guille, se me cruzó el nombre por ahí y se me cruzaron los cables. Y es de noche después de un día largo en la roadhouse. Sabrás entender!

Guille como estás? Que loco que una amiga con la que trabajé en una roadhouse en otra roadhouse en Meekatharra me pase éste texto porque se sintió super identificada y que loco que lo lea en éste mismísimo momento desde Pardoo Roadhouse. Te cuento que Ian ya no es mas el dueño y ese es el principal motivo por el que todavía estamos acá! jaja. La verdad es todo tal cual lo relataste, sólo que cuando nosotros llegamos Ian estaba junto a Janet (su ex novia) así que podes imaginarte como estaban las cosas y el maltrato llegó al punto que agarró de la cara a mi novio con todas las intenciones de pegarle. A las 3 semanas de estar acá vendieron la roadhouse a 4 pibes indios bastante buena onda. Juro que si eso no hubiera ocurrido quizás ya no estaríamos acá. Encima Marian y yo éramos los únicos!!! Nos queda un tramo largo, pero con la mira en los sueños todo se hace mas llevadero. Buenos viajes para ustedes. Carla

Hola Carla! No podemos creer tu comentario! A esos Indios los conocimos un dia que vinieron a conocer la roadhouse, parecian muy piolas (nosotros rezabamos para que la compren rapido). Que bueno que se hayan ido Ian y la novia, estaban a un mal dia de matar a todo el mundo jajaja. Aguanten que los meses de roadhouse tienen su recompensa! Saludos desde India y mucha suerte!

Wau que historia..yo soy peruano y estube por nueva zelanda hace un año.Y me quede con las ganas de conocer Australia y ahora estoy pensando seriamente en ir aya.La vida hay que vivirla y seguir adelante a pesar de todo, somos libres de hacer lo que querramos,sufrir,llorar,frustarse,caer,levantarse,sonreir y ser feliz por poco o largo que dure la felicidad la vida va vivida y hay que meterle onda siempre…”chess”como les decimos en Peru a los Argentinos los saludo y bueno si algun dia llegan a mi ciudad Arequipa no duden en escribirme…see you …

Hola Anthony! Gracias por tu comentario. Totalmente de acuerdo, la vida es hoy, no mañana, y hay que vivir como se pueda para ser feliz. Es una de las enseñanzas que te dejan los viajes!
Que tengas muy buenas rutas!

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