Vipassana: Cuando meditar no es lo tuyo

Estatua de Buda sobre flor de loto

Ya he perdido la noción del tiempo. Los minutos que llevo con los ojos cerrados bien podrían ser horas, días o meses. Lo único real en el mundo es el eco de mi respiración, el aire que entra y sale de mi nariz en torbellinos de sonidos y sensaciones.

Me pesan las pestañas, siento una gota de transpiración caliente bajar con una lentitud irreal por la línea de mi columna, y el dolor en la base de mi espalda sube hasta el cuello en oleadas de un calor que quema. Los pies hace tiempo que no los siento, pero deben estar ahí, pegados a las piernas entumecidas y rígidas después de horas de estar sentado en el suelo sin moverme. Las temperaturas del verano indio me oprimen el pecho. Una pequeña parte de mí que se niega a dejarse olvidar en este viaje al subconsciente me recuerda cada tanto, como si fuera un acompañante en un viaje, donde estoy, con quien estoy, qué estoy haciendo.

¿Realmente me encuentro en un centro de meditación en la India? ¿Cómo se me ocurrió someterme a un voto de silencio absoluto? De a poco mis ojos vuelven a abrirse, y el resto de mí se despierta. Mis ojos confirman lo que mis demás sentidos sospechaban: estoy rodeado de 40 personas en completo silencio, de fondo los canticos en sanscrito de un gurú, reproducidos en un potente equipo de sonido, intentan guiarme en el camino hacia la iluminación. Estoy en un centro de meditación Vipassana, estoy encerrado en una prisión sin barrotes, una de silencio, una de soledad. Estoy en la India.

¿Qué es la meditación Vipassana?

Vipassana es uno de los métodos de meditación más antiguos de la India. El nombre significa “ver las cosas como realmente son”, y es la técnica que utilizaba y enseñaba el Buda (literalmente, el iluminado) hace más de 2500 años como un remedio universal para los problemas del mundo.

Según la tradición el príncipe Sidarta Gautama, nacido en la actual ciudad de Lumbini en Nepal, se fue de su casa un día con el objetivo de curar el sufrimiento humano. Luego de años de probar diferentes métodos, mientras meditaba a la sombra de un árbol, logro alcanzar el estado de Iluminacion, de discernimiento o separación de su propia conciencia.

Al despertar, Sidarta logro comprender las razones absolutas del sufrimiento humano y cómo erradicarlas, y formulo lo que sería la base del pensamiento budista: las cuatro nobles verdades:

  1. Toda existencia es sufrimiento.
  2. El origen de todo sufrimiento es el deseo.
  3. Se puede erradicar el sufrimiento erradicando su causa.
  4. Para eliminar el sufrimiento se debe seguir el noble camino óctuple.

El noble camino óctuple es un conjunto de comportamientos que se dividen en 3 categorías: Sabiduría, conducta ética y entrenamiento de la mente. El objetivo de estas conductas es generar una armonía en el pensamiento y el accionar en la vida cotidiana para vivir de forma correcta (entendiendo “correcta” como una manera acorde a nuestros principios y valores).

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El símbolo de Vipassana es la Rueda de Dharma cuyo centro representa la disciplina y las 8 puntas el noble camino octuple

El camino que el Buda utilizaba para alcanzar esta armonía y eliminar el sufrimiento era el Vipassana, cuyo método se enfoca en la auto-observación. El foco se pone en la relación entre la mente y el cuerpo que se aprecia al prestar una considerada atención a las sensaciones físicas.

Entonces ¿Cómo funciona?

En la actualidad los cursos constan de 10 sesiones diarias de meditación intensivas de 11 horas, con descansos intermitentes cada cierta cantidad de tiempo.

Se divide a los hombres y mujeres en campus separados y todos los estudiantes se someten al “silencio noble”: esto significa que no se puede hablar, ni hacer señas, ni contacto visual.

Además, está prohibido matar a cualquier ser vivo, escuchar música, escribir, leer, sacar fotos y cualquier otra forma de interacción que distraiga nuestras mentes de la meditación, incluso en las horas de descanso. Se desayuna, almuerza y merienda – comida exclusivamente vegetariana – en un comedor común (no se cena), y se duerme en habitaciones privadas, y en algunos casos compartidas.

Hay dos profesores (uno para los hombres y una para las mujeres), y dos veces al día se les da la posibilidad a los estudiantes para que les hagan una pregunta relacionada a los métodos de meditación.

Los cursos son exclusivamente a donación y éstas solo son aceptadas de estudiantes que completen los 10 días del curso. Se maneja con cupos que son llenados más o menos rápido dependiendo la ubicación del lugar y la época del año.

Funciona en todo el planeta, desde la India hasta Argentina, es abierto a toda persona sin importar edad, religión o posición social, y en todos los centros se utilizan los mismos métodos, y las mismas técnicas y normas conductuales.

Para leer mucho más sobre la técnica, la filosofía, las reglas o los centros de meditación Vipassana en el mundo, pueden ingresar al sitio oficial en español haciendo clic acá.

Nuestro Paso (fallido) por Vipassana

Nos enteramos de Vipassana de casualidad. Un argentino que nos cruzamos en una isla de Indonesia 4 meses antes nos habló del curso y nos convenció de intentarlo argumentando que a él le había cambiado la vida. ¿Un curso de meditación que sigue una técnica milenaria y no está turísticamente explotado?

Sonaba como una experiencia alucinante, de esas que uno no siempre busca pero que a veces se encuentra en los viajes. Así que investigamos un poco más, nos anotamos en uno de los cursos disponibles en uno de los tantos centros de meditación de la India y no volvimos a pensar en el tema hasta que llegó el momento de ir.

Llegamos al centro de meditación en Hoshiarpur, a una hora de la ciudad sagrada de Amritsar en el Punjab, un caluroso día de principios de mayo. El campus estaba dividido por una lona blanca en dos secciones: “hombres” por un lado y “mujeres” por el otro.

La gente fue llegando. Si bien eran en su mayoría indios, también había extranjeros. En las pocas horas previas al comienzo del curso, y del voto de silencio, pudimos conocer a algunas de las personas con las que compartiríamos los próximos días en completo aislamiento.

Todos estábamos ahí por la misma razón: “me dijeron que es increíble, te cambia la vida”. Ahora, meses después, me pregunto si lo que me llevo hasta allí fue realmente un impulso de cambiar algún aspecto de mi vida que no me cuadraba o si fue más bien un capricho de mi basta curiosidad deseosa de una nueva experiencia.

Hacía sólo un mes que habíamos caminado por los Himalaya de Nepal durante 17 días llegando al paso montañoso de senderismo más alto del mundo a 5416 metros sobre el nivel del mar, poniendo nuestro cuerpo al límite de su capacidad y resistencia. Ahora, pienso en retrospectiva, me empujaba un anhelo de poner a prueba de la misma forma a mi mente.

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Entrada al centro de meditación Vipassana en Hoshiarpur, India

 

Luego de explicarnos el cronograma diario y las demás normas de convivencia, haciendo énfasis especial en el voto de “silencio noble”, nos dirigimos al salón de meditación, donde nos asignaron los almohadones que serían nuestros asientos por los próximos días, y arrancamos.

Sí, así sin más, todos se cruzaron de piernas, enderezaron la espalda y cerraron los ojos. ¿Soy el único tonto – usé una palabra más fuerte – que no sabe meditar? Violando en tiempo record el voto de silencio la mire a Celeste. Ella también estaba en posición y parecía concentrada. Resignado, me conforme con copiar lo que hacían los demás a la espera de instrucciones.

Las mismas no llegaron, pero lo que sí llego rápidamente un cantico estruendoso en un idioma ininteligible – luego aprendí que el idioma era sanscrito, una antiquísima lengua prácticamente extinta – que alternaba tonos estruendosos con sonidos guturales. Tal vez peco de exceso de practicidad, pero me pareció desconcertante.

El canto continuó y me pase las siguientes dos horas sin entender si debía concentrarme en los sonidos o si tenía que cerrar mi mente a los mismos. Para colmo de la cuestión, cuando al día siguiente le pregunte al profesor si debía prestar atención a los cantos, él me respondió con una pregunta: “¿vos hablas en sanscrito?”; “por supuesto que no” le conteste, y riendo me dijo “aquí nadie habla ese idioma, no le prestes atención”.

Si nadie lo entiende, y si al no entenderlo no había que prestarle atención ¿Cuál era la razón de ser de los cantos?

Al final, con un ligero dolor de espalda que presagiaba lo que se venía en los próximos días, nos fuimos a dormir. Al día siguiente, a las cuatro de la mañana, empezamos.

Me desperté con el primer repiquetear de la campanita accionada por uno de los asistentes. El silencio empezaba de a poco a absorberme. Mi compañero de habitación todavía dormía pesadamente mientras yo me lavaba los dientes y seguía durmiendo cuando salía para la primera sesión de meditación del día.

Con la mirada clavada en el suelo para no cruzar la vista con nadie camine hasta el salón principal, donde me senté en mi almohadón a la espera de unas benditas instrucciones. Al poco tiempo de empezar el profesor sentado en su silla cual trono, encendió el equipo e iniciaron los canticos en sanscrito.

Una vez más me conforme con imitar a los demás hasta que cosa de una hora después, la voz que salía de los parlantes dejo de cantar y empezó a hablar, primero en hindi, luego en inglés. La tarea del día era enfocar toda nuestra concentración en observar nuestra respiración. No controlarla, sólo observarla.

Prestar atención a la zona triangular que incluye la nariz y el área arriba del labio superior, sentir como pasaba el aire, como bajaba por la faringe, como llenaba los pulmones y cómo era expulsado.

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Patio del centro de meditación Vipassana de Hoshiarpur en India

La dificultad estribaba en mantener la concentración. Luego de unos pocos minutos los pensamientos empezaban a llegar en torrentes, en forma de recuerdos, de preguntas, de ideas.

Lo importante era darse cuenta de que nos habíamos desviado y volver al ejercicio. Esta primera parte me resulto relativamente fácil, sobre todo porque tenía la mente y el cuerpo descansados y mucha energía para canalizar.

Las horas fueron pasando y los lapsos de tiempo en los que lograba mantenerme concentrado se fueron haciendo cada vez más esporádicos.

Los descansos para comer eran un alivio, una mínima forma de distención. El impulso de hablar me empezaba a pesar. No soy un charlatán, pero si soy muy curioso y estaba rodeado de gente que no conocía, ni siquiera sabía sus nombres. El día siguió exactamente igual que como empezó. Seguí enfocando mi atención en la zona de la nariz, en el aire entrando y saliendo de mi cuerpo.

A medida que las horas pasaban y el sol bajaba, logre afinar mi concentración y perderme en el recorrido del aire. Por un breve periodo de tiempo pude finalmente desconectarme de mi entorno. Sentí una extraña calma, como si no estuviera ahí, como si mirara desde afuera. Pero duro poco.

A la noche, antes de la última sesión de meditación del día, nos pasaban un video en el que Goenka – uno de los maestros más reconocidos – explicaba en qué consistía la meditación Vipassana. Estábamos en la primera etapa del curso, llamada Anapana, cuyo objetivo era únicamente afinar la conciencia como preparación para la siguiente etapa, el Vipassana propiamente dicho.

Los días siguientes continuaron en esta monótona rutina de meditar, comer, meditar, comer, meditar, video, meditar. El segundo día el silencio ya pesaba en mí. Insisto, no era sólo el hecho de no hablar, lo que me aprisionaba era mi propia mente, no poder dar salida al torrente cada vez más fuerte de pensamientos que me atosigaban. No podía escribir ni leer, dos actividades que hago casi a diario desde los 5 años, no podía escuchar música ni hacer ejercicio.

Me sentía reprimido, y francamente, me aburría a muerte en los tiempos libres. En la meditación ponía un esfuerzo sincero. Toda esa energía que no podía expresar de otra forma la canalizaba en esas largas horas sentado en el almohadón.

Al tercer día las ideas, pensamientos y recuerdos se empezaron a convertir en dudas. ¿Qué hago acá? ¿Realmente quiero hacer esto o lo estoy haciendo sólo porque estoy en la India? ¿Me sirve meditar? ¿Me ayuda? ¿Me gusta?

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Habitacion de hombres en el centro de Vipassana en Hoshiarpur, India

No tenía respuestas definitivas a estas preguntas, y el dolor cada vez más fuerte que sentía en la espalda y las piernas me lo ponían cada vez más difícil. Pero en mi vida pocas veces he dejado algo a medio hacer, y habíamos ido por los 10 días, así que redoble el esfuerzo.

El área de atención se achicaba gradualmente, y ese día cubría la punta de la nariz y las paredes de las fosas nasales. Con mucho esfuerzo pude sentir el aire moviendo los pelos de mi bigote, cosquilleando las fosas de mi nariz, entrando en mi cuerpo y luego saliendo.

Me fui a dormir esa noche inseguro de cuánto tiempo más soportaría el curso. Mi mente y mi cuerpo casi se habían rendido, sólo me movía mi terco ímpetu de terminar las cosas.

Día 4: Recibiendo el Vipassana

El cuarto día, Goenka explica a través de los parlantes la técnica de meditación Vipassana propiamente dicha. La misma consiste en observar (no controlar ni alterar) las sensaciones del cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, moviendo el foco de atención de forma paulatina y observando una sensación en cada zona.

El objetivo es entender a un nivel de experiencia que nada es permanente y que todo el universo está en constante cambio.

[bctt tweet=”El objetivo de Vipassana es entender que nada es permanente, que todo esta en constante cambio” username=”viajandovivonet”]

La primera sesión de meditación Vipassana dura alrededor de 2 horas. Durante ese tiempo nadie tiene permitido abrir los ojos ni moverse de la posición que ha adoptado.

El nivel de esfuerzo mental que puse en sentir estas sensaciones, en observarlas, me dejo destruido. Mi cuerpo me estaba pidiendo a gritos que salga corriendo de allí. Mi cabeza me explotaba.

Si llegue a una conclusión al final de mi primera sesión de meditación Vipassana, fue que no era para mí. Lo único que había logrado era que me sintiera más nervioso y ansioso de lo que nunca antes me había sentido en mis viajes. La mire a Celeste. Qué ganas que tenía de hablar con ella.

Durante el último año y medio habíamos vivido y viajado juntos. Estos 3 días eran el mayor tiempo que había pasado en los últimos 4 años sin hablarle. Y como pasa con las personas que tienen la suerte de estar tan conectados, ella me miro, sonrió, y me hizo una seña de que ya se quería ir, al mismo tiempo que yo se la hacía a ella. Casi exploto de risa. Todo el peso de la decisión se me quitó de los hombros. Ya estaba todo dicho, nos íbamos.

Irse no es tan fácil

Al día siguiente me desperté a la primera campanada, salí al patio y le llame la atención a uno de los asistentes. Por primera vez en 4 días y con toda la decisión del mundo, rompí mi voto de silencio. Le dije que me quería ir, me contesto que ya le parecía, qué el día 5 es cuando más gente se va porque la sesión de meditación Vipassana es muy dura y no es para cualquiera. Me pidió que asista a la primera meditación y me dijo que él hablaría con el profesor y que me podría ir un poco más avanzada la mañana. Como no tenía sentido irme a las 4 de la madrugada, acepte.

Las dos horas y media hasta el desayuno se pasaron más lento que nunca. Desistí completamente de meditar, pero no por eso podía moverme mucho ni hacer ruido, ya que habría roto el silencio de los demás.

Luego del desayuno fui con el asistente a esperar a que el profesor salga de su casa para pedirle formalmente permiso para retirarme del curso. Me parecía ridículo pedir permiso – en lugar de simplemente avisar – para irme, pero ellos tenían sus costumbres y yo decidí seguirlas por una cuestión de respeto. Lo sorprendente fue que, cuando nos acercamos y le dijimos que me iba, ¡el profesor dijo que no! Empezó a gritar que nadie se iba después del Vipassana.

¿Qué no me iba? Si alguna vez había tenido dudas de quedarme o no, se esfumaron así de rápido. El asistente, un joven australiano más o menos de mi edad, se quedó de piedra mientras el maestro se iba al salón para la siguiente sesión de meditación. Yo lo mire y le dije “yo me voy de cualquier forma, esto fue una formalidad nada más”.

Me dijo que nunca había visto una situación así y me pidió que espere mientras hablaba con el encargado del centro para ver cómo se solucionaba la situación.

Lejos de poder quedarme quieto, fui con él. El encargado me dijo rápidamente que nadie podía irse sin permiso del profesor y que me tenía que quedar. ¿Cómo? ¿Escuche bien? No podía creer lo que me decían. “Yo me voy a ir. Dígame, ¿qué va a hacer usted para evitar que yo me vaya? ¿Piensa mantenerme aquí en contra de mi voluntad?” le pregunte, ya con los nervios bien en punta.

Me repitió simplemente que él no podía hacer nada y que sin permiso del profesor nadie se podía ir. Le dije que en una hora de reloj yo iba a estar afuera, y si no iba a llamar a la policía. Para colmo de la cuestión, me contesto que “vaya y lo medite”.

Dicho y hecho, una hora más tarde prepare la mochila y salí al patio. El australiano se me acercó y me dijo que había hablado de nuevo con el maestro y éste había accedido a que me vaya.

Le agradecí su paciencia y me disculpe por la situación que había causado y por fin cruce esa línea que separaba el campus del cuso del resto del complejo. Pero todavía me faltaba Celeste.

Tuve que esperar dos horas más para que ella salga, y en un torbellino de palabras que le salían después de 5 días sin hablar me conto como habían intentado convencerla de que se quede, diciéndole que yo había decidido quedarme, si ella se iba no me iban a avisar nada a mí, se tenía que quedar porque si no era peligroso para ella, etc.

Costo casi 5 horas, pero por fin salimos por la misma puerta por la que 5 días antes habíamos entrado tan llenos de energía y expectativa.

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Esculturas antiguas de meditación en la India

No es mi objetivo con este relato cambiarle la opinión a alguien con respecto a Vipassana. La realidad es que es un curso de meditación que ha cambiado la vida a millones de personas de forma sumamente positiva. Sólo quiero hacer énfasis en que no es para cualquiera.

Todo depende de que es lo que busquen, relajarse, canalizar malas energías, cambiar radicalmente su vida, tener mejores relaciones sociales, etc.

En mi caso, yo solamente buscaba una nueva manera de mitigar nervios y ansiedades que a veces pueden aquejarme, pero entendí durante esos días que mi forma de hacerlo no es meditando, si no escribiendo, haciendo ejercicio, sacando fotos y trabajando.

Es importante probar, experimentar, aprender. De Vipassana nos llevamos la enseñanza de que nada es permanente, todo cambia, todo muere y renace, todo es distinto en todo momento. Ustedes no son los mismos que eran ayer, ni hace un segundo, y este entendimiento nos llena de una esperanza ilimitada, de una tranquilidad nueva que no teníamos antes de empezar.

La meditación Vipassana no es para nosotros, pero podría ser para ustedes, les podría cambiar la vida, y sólo lo van a descubrir a través de la experiencia personal.

Y Ustedes

¿Han probado meditar? ¿Utilizan alguna técnica en especial? ¿Han hecho un curso de meditación Vipassana? ¡Nos encantaría leer sus experiencias en los comentarios!



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